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A Gaia le duele la panza

Actualizado: 29 nov 2023

Hace algunas décadas, circulaba en el mundo académico la “teoría de Gaia”. Aunque lejos de ser considerada como “teoría” en su sentido estricto, esta propuesta del famoso químico James Lovelock sacudió conciencias desde los años 60 en que fue planteada, y continúa levantando sospechas. El gran demonio contenido en ella es bastante menos peligroso de lo que se pensaría: los componentes biológicos y abióticos de un planeta forman un mismo sistema, que puede verse como un solo organismo.


Aunque parezca exagerado, esta idea resulta muy difícil de asimilar para muchos. Puedo imaginar que resulta difícil sentirse un engrane más del sistema, tanto como un búho o una lagartija. ¡No quiero ni pensar en el sentimiento hacia hongos mucilaginosos u opistobranquios!


Con todas sus dificultades, creo que la idea de la tierra y sus habitantes como un mismo organismo puede servir al propósito de la agroecología, utilizando el estudio de los probióticos como punto de referencia.


Actualmente los probióticos (microorganismos vivos que se ingieren en dosis altas) están considerados como parte de la dieta sana. Incluso en la literatura científica, existe poco debate en lo beneficioso de su efecto, aunque su modo de acción preciso es todavía terreno pantanoso.


Curiosamente, el uso de microorganismos vivos en altas dosis como parte del manejo agronómico del suelo se percibe todavía cercano a la alquimia.


En el intestino humano, las bacterias tienen efecto sobre la digestión de materia orgánica de la dieta, sobre la homeostasis del cuerpo e incluso sobre el funcionamiento de órganos distantes, como el hígado o el cerebro (sí, incluso el cerebro). Al mismo tiempo, las células intestinales contribuyen a la formación y selección de la microbiota, favoreciendo aquella que es más conveniente al cuerpo.


En el suelo, las bacterias tienen efecto sobre la digestión de materia orgánica vegetal, sobre la homeostasis química, y un claro efecto sobre las plantas. Se ha probado que las raíces de las plantas seleccionan e inducen el crecimiento de ciertos microorganismos: efectivamente, aquellos que resultan más convenientes.


Por otro lado, el uso de probióticos tiene un efecto sobre la salud de quien los consume, gracias a una colonización transitoria del tracto digestivo. Dicho de otro modo, su establecimiento permanente no es necesario, e incluso puede no ser deseable. Por ejemplo, el uso de antibióticos (anti= opuesto, bio = vivo, tico = relativo a) que alteran la composición de la microbiota del tracto digestivo opera en detrimento de la salud de los usuarios. El uso de probióticos permite reducir los tiempos de recuperación ayudando a balancear las poblaciones normales de microorganismos.


En el suelo ocurre algo similar con los biocidas (bio = vivo, cida = que mata), sea insecticidas, acaricidas, fungicidas o bactericidas. La diferencia radica en la intensidad: si bien el uso de antibióticos se limita a situaciones de enfermedad, el uso de biocidas en la agricultura convencional es parte de la práctica cotidiana.


No resulta difícil notar que el uso de insumos biológicos ayuda a mitigar los efectos nocivos de éstos, y a reducir el tiempo necesario para la recuperación del equilibrio natural del suelo y la salud del cultivo.


Al final, sea Gaia un organismo o no, tiene padecimientos sistémicos que deben tratarse de manera sistémica. Si lo hacemos con el propio cuerpo, valdría la pena intentarlo con lo que cultivamos. Al final, el producto del campo llegará eventualmente también a nuestro tracto digestivo.


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