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Tendencias: agricultura biológica

Actualizado: 20 oct 2023


La “agricultura convencional” es todo menos convencional. La alteración de las condiciones naturales de desarrollo agrícola ha tenido impacto desde lo local, hasta lo global. Dicho de otra manera, la afectación en lo local es tan generalizada, que ya puede verse a escala mundial.


En medio de esa coyuntura, surge una nueva idea, rescatado uno de los más viejos paradigmas que hay: la naturaleza tiene las respuestas.


Con esta lógica, muchos revisaron y repensaron el método de desarrollo de productos, buscando las soluciones que ha dado la naturaleza a los retos a los que nos enfrentamos en el campo todos los días. Así, se comenzó a entender cómo las poblaciones de insectos son controladas por parasitoides, depredadores y patógenos; cómo en las epidemias se manifiestan hospederos resistentes y de qué herramientas se valen éstos para dotarse de la resistencia; cómo algunas plantas son naturalmente repelentes, mientras que otras son faros de atracción de algunas especies, en ocasiones, muy a su pesar.


Debido a que las soluciones de la naturaleza son vastas y diversas, se dio lugar a una corriente que incorpora e imita una serie igualmente diversa de estrategias:


Las plantas y su farmacia:


Las plantas son sésiles – es decir, no se mueven de su lugar – ,eso nos ha dado, durante un tiempo, la falsa idea de que son seres estáticos, que dormitan en un entresueño tranquilo mientras ven pasar los siglos; pero basta un pequeño paseo por su fisiología para desmentir esto rotundamente. Las plantas, efectivamente, son sésiles, lo que significa que no pueden utilizar la estrategia animal de huir; por el contrario, tienen que transformar su entorno de tal manera que puedan sobrevivir exactamente en el lugar donde nacieron. El claro éxito de su estrategia se cuenta solo, ya que siguen ahí.


La batería de defensas que despliegan es precisamente lo que la tecnología de los productos Biorracionales utiliza. Gracias a que hay plantas que son evitadas por algunos insectos o nemátodos, se ha podido buscar la bioquímica que está detrás de esa aversión para generar una línea de repelentes e insecticidas. En la mayoría de los casos, la bioquímica es tan compleja e imposible de replicar en laboratorio, que se ha optado por utilizar extractos de la planta, acaso separándolos en sus versiones hidrosoluble y liposoluble, como mucho.

De esta manera surgen los aceites y extractos de nim, ajo, canela, chile, crisantemo, pimienta, etc.


Una inmensa virtud de algunos de estos productos es que han pasado por un refinamiento de millones de años, con lo que han generado una selectividad contra lo que puede verse como un enemigo del cultivo, sin dañar aquello que las plantas podrían identificar como un aliado. Algunos pueden eliminar plagas, sin dañar polinizadores, por ejemplo.


Normalmente estos productos se formulan en base líquida, haciéndolos compatibles con la mayoría de los sistemas de aplicación. Gracias a que son productos químicos (si bien naturales), se dosifican de manera similar a los pesticidas sintéticos de uso común, lo que ha permitido que sean adoptados ampliamente, sin necesidad de un cambio mayor en las estrategias de sanidad agrícola.


Por otro lado, padecen de algunas de las dolencias de los químicos sintéticos, como la generación de tolerancia en los insectos blanco; muchos de ellos requieren el contacto directo con los animales dificultando su implementación para algunas plagas, y tienen poca permanencia cuando se aplican preventivamente. Los que son aceites, generalmente requieren de surfactantes (que suelen no ser orgánicos) para disolverse en el agua, que es el vehículo para cualquier aplicación, y pueden llegar a causar quemaduras en las hojas si se exponen a la luz directa.


No obstante sus limitantes, los productos biorracionales han sido una fuente de hallazgo de soluciones naturales que ha penetrado fuertemente en la agricultura, y han salvado del desastre a más de una parcela.


Las soluciones del ecosistema:


Algo que nos ha dejado claro la naturaleza es que todo éxito es una oportunidad esperando a ser explotada. Siempre que una especie, sea animal o bacteria, comienza a reproducirse de manera excesiva, hay alguna otra dispuesta a aprovecharse de ese éxito, normalmente en desmedro de la primera. Así, cuando las poblaciones de conejos crecen, los zorros llevan más comida a la mesa.


Cuando un cultivo se vuelve preponderante, habrá probablemente un insecto dispuesto a hacer de él un festín. Afortunadamente, siempre que un insecto se desarrolla también en demasía, habrá otra especie que esté feliz de incluirlo a su dieta.


Las soluciones de los insectos:

Para los depredadores directos o los parasitoides (aquellos que depositan sus huevos en otros insectos) el incremento en las poblaciones de éstos es una buena noticia. Observar cómo algunos artrópodos explotan las poblaciones de otros ha permitido emular artificialmente esas relaciones de manera dirigida. Así, al observar el incremento peligroso de algún insecto o ácaro, se puede introducir a su parasitoide o depredador, y esperar a que la cadena trófica haga su trabajo. Cuanto mayor sea la población de la plaga, mayor será el éxito reproductivo de quien la explota y por lo tanto, mayor su efectividad como biocontrolador. También por esto, al mermar la población del primero, forzosamente mermará también la del segundo.


Aunque la estrategia del control biológico animal se ha utilizado con mucho éxito, resulta difícil identificar a los organismos que pueden participar en estas relaciones ecológicas: tanto al depredador, como a los posibles blancos que ataca. Mucho más difícil aún resulta su reproducción masiva, y aunque hay varias instituciones que han sido exitosas en esto, aún es limitada la gama de posibilidades que ofrecen.


Por otra parte, los insectos depredadores son tan susceptibles a los insecticidas como las plagas, haciéndolos incompatibles con los métodos habituales de manejo.

A pesar de lo anterior, el control biológico es muy efectivo cuando se implementa correctamente, y permite un manejo selectivo y limpio de artrópodos que podrían resultar letales para un cultivo.


Las soluciones de los microorganismos: patógenos, parásitos, inhibidores y depredadores:

Los parásitos, en una definición de diccionario, son organismos que viven dentro de otros, generándoles algún daño. Dentro de este grupo, los patógenos son aquellos que generan una enfermedad.


Es importante resaltar que no todos los microorganismos que se utilizan para el control biológico de un cultivo son forzosamente patógenos o parásitos. Como se mencionó anteriormente, la lógica de esta nueva ola de tecnología agrícola es utilizar las relaciones que se encuentran ya en la naturaleza y, afortunadamente, la mayoría de ellas no involucran antagonismo directo.


Dentro de las que sí, se encuentran los patógenos y los parásitos.

Quizá los microorganismos más conocidos dentro de este grupo son los hongos entomopatógenos, que en su mayoría se alimentan de los tejidos de insectos, causándoles graves daños, o incluso la muerte. Los nombres Beauveria, Metarhizium e Isaria ya son terreno conocido para muchos agricultores.


La bacteria Bacillus thuringiensis ha alcanzado también el salón de la fama, tanto por su capacidad de dañar el tracto digestivo de muchos insectos como por sus aplicaciones en genética molecular para la construcción de plantas transgénicas, que poseen una resistencia inherente a algunas plagas.


Hay algunas otras, que aunque causan daños, éstos son más indirectos, y no forzosamente están asociados a fenómenos de enfermedad. Es el caso del parásito Cordyceps, conocido folklóricamente como “hongo zombie”. Este hongo crece dentro del cuerpo de las hormigas, a las que les provoca un estado de “locura” que las lleva a hacerse presas fáciles de los depredadores. De hecho, presas tan fáciles, que suelen ir en busca de los depredadores hasta que son devoradas, permitiendo al hongo continuar su ciclo de vida y dispersión dentro del cuerpo de las aves.


Los depredadores, por otro lado, se alimentan de otros organismos. El hongo Trichoderma es muy conocido por su capacidad de comer hongos filamentosos como Fusarium, metiéndose a las hifas y consumiendo los nutrientes de su sistema vascular, dejando únicamente un “esqueleto” de pared celular.


El grupo más grande corresponde a los inhibidores. No es una sorpresa, debido a que la inhibición de otras especies puede provenir de una enorme diversidad de fuentes: la producción de sustancias antibióticas, la competencia por recursos clave, la expansión territorial mediante el despliegue de matriz extracelular, o simplemente la alteración de las condiciones del medio, que cambian también el perfil de los organismos que pueden establecerse ahí.


Sin entrar en demasiado detalle, resulta claro que la presencia de algunos organismos afectará irremediablemente la de otros (para bien o para mal), y mantener un juego adecuado de estos factores representa sin duda la defensa más efectiva contra plagas y enfermedades, por ser además la más congruente con el funcionamiento natural.


Conclusión:


Todas estas estrategias representan sólo un esquema de la vieja y nueva ciencia de la observación. Aunque existen muchas más, permiten notar un cambio de paradigma que poco a poco ha ido penetrando en la agroindustria, y que con el paso de los años se va refinando para alcanzar objetivos más ambiciosos. ¿Tanto como los agroquímicos? Yo diría: distintos, y es precisamente ahí donde está su mayor potencial. Nos permite mirar una realidad sin la lógica y la manera de lo anterior.


Para quien es fanático de las comparaciones, sin embargo, podríamos hablar ya de resultados que en economía y rendimiento superan al manejo “convencional”. Pero en mi opinión, hoy no debemos hablar de vencer, sino de transformar.


Queda además el as bajo la manga. La agricultura biológica tiene una virtud que en general no existe con las propuestas tecnológicas: sus propuestas son complementarias.


El uso de parasitoides se apoya con el de entomopatógenos, porque ambos están acostumbrados a convivir. El uso de biorracionales permite en ocasiones potenciar la capacidad de las bacterias inhibidoras, porque son sustancias que los microorganismos conocen desde hace muchos milenios. Aunque suena a buenos deseos, no es más que lógico, porque la naturaleza es compatible consigo misma.




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